Hemos terminado de colocar los bolardos.
Ahora, pa’ casa.
Saca la fragoneta si tienes huevos.
Hemos terminado de colocar los bolardos.
Ahora, pa’ casa.
Saca la fragoneta si tienes huevos.
Científicos norteamericanos excavaron 50 metros bajo tierra y descubrieron pequeños hilos de cobre. Después de estudiar esos trozos de hilo por mucho tiempo, llegaron a la conclusión de que los indígenas norteamericanos tenían una red nacional de teléfonos hace ya 500 años.
Por supuesto, a los rusos no le pareció nada bien y pidieron a sus propios científicos que excavaran más hondo. A 100 metros bajo tierra encontraron pequeños hilos de cristal que, según ellos, formaban parte del sistema de fibra óptica nacional que tenían los cosacos hace 1000 años.
Los españoles no se dejaron impresionar. Y le pidieron a sus científicos que excavaran 150 metros bajo tierra, pero no encontraron ni mierda, entonces excavaron a 200 metros y aún nada. Siguieron excavando hasta 250 metros sin encontrar ni un cerote hilo, entonces llegaron a la muy lógica conclusión de que los españoles ¡tenían Wi-Fi desde el principio de los tiempos!
Una mujer negra está en la cocina, y su hijo negro la mira y coge un poco de harina y se la esparce por la cara…
—Mira mamá, soy blanco —la madre lo mira y le da un bofetón…
—Ahora vete a ver a tu padre.
El niño va a ver a su padre, el cual está leyendo un periódico…
—Mira papá, soy blanco —el padre lo mira y le da un puñetazo…
—Ahora vete a ver a tu abuela.
El niño va a ver a su abuela…
—Mira abuela, soy blanco —la abuela lo mira y le da una paliza de fliparlo…
—Ahora vete a ver a tu madre.
Cuando el niño llega donde está su madre, ésta le pregunta:
—Y bien hijo, ¿qué has aprendido con la lección de hoy?
—Pues que llevo 5 minutos siendo blanco y ya os odio a todos, ¡¡negros hijos de puta!!
Este es un señor que, para pensar y reflexionar sobre la vida, el bien y el mal… escogió un cementerio a las afueras de la ciudad, un cementerio tranquilo, sin ruido…
Paseando, le llamó la atención una lápida. Miró la dedicatoria que tenía puesta y decía lo siguiente:
Aquí yace Vicente, que vivió cien años y murió a los veinte.
Este hombre, sin entender muy bien qué es lo que aquella frase quería decir, miró a ver si veía a alguien que se lo pudiera explicar… mirando, mirando, vio al encargado del cementerio y fue directamente hacia él para ver si le podía explicar por qué ponía aquello en esa lápida.
—Sí, por supuesto que se lo puedo explicar. Lo escribí yo… —dijo el enterrador.
—Explique, explique —dijo el hombre excitado.
—Era un chico joven, de unos veintitantos, al que un día le tocó el gordo de la Primitiva y empezó a salir con muchas chicas; luego se aficionó a la bebida, más tarde a las drogas, luego a las putas… y, a los veintitantos, murió. Por eso le puse aquello.
—Hombre, esto está muy bien. ¿Usted sabe quién me podría escribir algo así en mi lápida cuando fallezca? —le dijo el hombre.
—Sí, yo mismo, yo escribí la del chaval.
—Perfecto —dijo el hombre contento.
—Primero he de hacerle algunas preguntas.
—Muy bien, empiece.
—¿Usted trabaja?
—Sí, entro a las 7 de la mañana y me acuesto a las 0:00 más o menos.
—¿Usted bebe?
—No, no; no me gusta el alcohol.
—¿Usted sale con alguna chica o está casado?
—No, el trabajo absorbe casi todo mi tiempo.
—¿Usted consume algún tipo de droga?
—No, no me van esas cosas.
—¿Cuál es su nombre?
—Emeterio.
—¡Muy bien! —exclamó el hombre— Ya tengo su inscripción.
—¿Y cuál es? —preguntó Emeterio.
A lo que el enterrador dijo:
Aquí yace Emeterio: del coño de su madre al cementerio.